3. El hombre fracasado



“Si afirmamos no tener pecado, nosotros mismos nos extraviamos y, además, no llevamos dentro la verdad. Si reconocemos nuestro pecado, Dios, que es fiel y justo, nos perdona y nos limpia de toda injusticia”. (1 Juan 1,8-9).
Seres humanos sedientos, con ansias profundas de ser distintos, de encontrarle un sentido pleno a la vida; seres humanos insatisfechos, intentando una y otra vez una vida radical...; eso somos, eso soy, un ser humano con sed.
Pues bien, desde esa sed profunda de quien sincera y honestamente quiere vivir en plenitud, desde la insatisfacción honda de quien quiere ser más; desde esa perspectiva se entiende el fracaso del hombre. Sí, porque yo puedo fracasar, porque yo puedo fallar.
  Es más, si me fijo bien, desde hace mucho tiempo, quizá años, vengo fallando, fracasando y haciendo un camino retorcido que sólo me llena, y me llenará, de angustia y sin sentido.
  Yo fracaso cuando dejo de tener sed o cuando la oculto. Cuando me hundo en la comodidad y en la inconsciencia; cuando no me dejo interpelar por la mirada del pobre; cuando no me cuestiono mi manera de vivir, cuando me acostumbro a todo, al problema familiar, a la utilización del otro, a la relación superficial, a la soledad, al aburrimiento, al complejo, al rechazo; cuando eso hago, niego mi sed, me resigno a ser mediocre. Así, satisfecho, renuncio a mi sed y fracaso como ser humano.
  Pero también fracaso cuando calmo mi sed profunda de ser más con vaciedades. Cuando oculto mi insatisfacción llenándome de cosas, de gustitos, de caprichos, de personas a quienes uso o de quienes me dejo usar, cuando escondo mis más profundos anhelos debajo de la basura que me da el ambiente y que, aunque es basura me gusta..., cuando esto sucede, calmo equivocadamente mi sed y empieza mi fracaso.
  Digo NO a la vida, NO a ser distinto, NO a ser auténtico. Y esto es el PECADO.
  Pecado es una palabra manoseada, mil veces dicha y que ya poco o nada significa. Incluso, hasta me suena mal.
  El problema es que durante mucho tiempo se nos ha hecho pensar que el pecado es faltar contra una ley establecida, no cumplir unas normas. Pero no, el pecado no es dejar de cumplir normas.
  Y si de normas se tratara, la única norma del cristiano es aquella de amarnos unos a otros como Jesús nos amó. Por tanto, el pecado no es un problema de normas, es un problema de amor, es un problema de vida humana auténtica.
  Pecar es renunciar a tener sed. Pecar es sentirme satisfecho en mi mediocridad. Pecar es dejar a de luchar, es no buscar ser más, es no querer entregarme más, es negarme a amar más. Pecar es renunciar a vivir auténticamente.
  Pecar es buscar calmar mi sed con las cuatro bagatelas queme da el ambiente consumista; es negarme a buscar el sentido de mi existir en el amor franco y honesto, en la sexualidad claramente asumida, en la capacidad para sentir la mirada franca del pobre que me interroga, en la disposición para escuchar al otro, al que está a mi lado, al que sufre.
  Pecar es preferir los consuelos falsos que me da el ambiente; es preferir permanecer rodeado de moda, de diversión, de superficialidad, de apariencia.
Pecar es preferir seguir siendo egoísta, seguir mirando al otro sexo como el instrumento que me calma los instintos, seguir mirando a la otra persona como alguien que me sirve y de quien me aprovecho.
  Pecar es dejarme utilizar, para así ganarme a alguien que esté a mi lado, que diga quererme, que llene de alguna manera mis soledades.
  Pecar es renunciar a SER MÁS. Pecar es, en síntesis, negar mi humanidad.
  Hay en el corazón de todo ser humano, un grito, un anhelo, un llamado. Es el llamado a ser distinto, a ser capaz de amistades limpias, a ser capaz de un noviazgo profundo, a ser capaz de respetar al otro tratándolo como persona.
  Es un llamado al amor, un llamado a escuchar el clamor de los que sufren tanto o más que yo.
  Cuando digo NO a ese llamado, cuando decido hacer mi vida por caminos diferentes, por los caminos cómodos del ambiente y de la mediocridad; cuando decido “ser como todo el mundo”, ignorar a los que sufren “como todo el mundo”; cuando eso hago, fracaso, fallo, peco.
  Pecar es decir NO a un proyecto de vida y amor.
  Por eso hoy tengo que reconocer que he pecado mucha veces. No por faltar a unas normas, ni a los mandamientos, sino porque muchas veces he construido mi vida sin reflexionarla, dejándome manejar por otros, no siendo yo mismo, negándome a asumir una vida profunda.
  Pecar es fallar como ser humano, construir la vida de una forma falsa.
  Llamado al amor, prefiero el rencor o el decir “yo con tal persona no me trato nunca más”.
  Llamado al encuentro profundo con el otro sexo, prefiero ver al otro como un mero objeto genital. Llamado al encuentro íntimo con el amor de pareja, prefiero dominar a la otra persona, hacerla depender de mí, de mis gustos de mis caprichos, de mis celos de mis necesidades de afecto.
  Llamado a asumir la problemática familiar. Prefiero huir, echarle la culpa a todos, menos a mí mismo.
  Llamado al compromiso con los pobres, prefiero ignorarlos, sentir que no son mi pueblo y desentenderme de la búsqueda de un mundo más justo.
  Llamado a la libertad, me dejo fácilmente manipular por la moda, por la publicidad, por lo que los demás dicen de mí.
  Llamado a la amistad y al compañerismo, prefiero la burla que hiere, la broma que hace daño, el chisme que hunde, la relación superficial que nada aporta.
  Cuando soy llamado al amor, a la plenitud, a la vida y opto por tomar el camino contrario, entonces decido pecar, decido fracasar, decido no ser un Hombre auténtico, decido ser una pobre caricatura humana.
  Con todo, no estoy abandonado. Sí, he pecado, es verdad, no puedo negarlo..., y volveré a pecar, porque soy débil; pero cada vez que caiga, en vez de seguir revolcándome en el fango, en vez de lamentarme, puedo ponerme en pie, ir a gritarle a Dios mi dolor y pedir el perdón de todos a los que he hecho daño.
  Ese perdón no será únicamente el olvido de lo que hice. Dios no perdona olvidando. Ese perdón será ante todo, la fuerza para vivir una vida nueva; porque cuando Dios perdona, me vuelve a llamar, me vuelve a crear, me vuelve a invitar al amor. No, no es sólo olvido. De hecho, ya se olvidó. Es vida nueva, fuerza nueva, ímpetu nuevo, capacidad para realizar lo que parece imposible: ser hombre.
  Dios no juzga, dice Jesús. Dios no vigila lo que hacemos para ver cuando nos hemos equivocado. Él siempre espera que seamos capaces de vivir como verdaderos seres humanos. Y cuando nos equivocamos, cuando hemos fracasado, está dispuesto a amarnos aún más y a volvernos a crear.
  Esto es el sacramento de la Reconciliación (confesarse). No es arrepentirse por faltar a unas normas, no es un simple contar pecados, no es un mero perdón del pasado mal vivido.
  Es ir ante el sacerdote (que es signo de toda la comunidad) y decir: “Sí Señor, fallé, he pecado contra los otros, contra Ti, contra mí mismo, pero necesito tu amor, necesito que me des tu fuerza para construir auténticamente mi vida, porque quiero ser más, porque quiero darme más, porque quiero amar más”.
  Y si así lo hago, sentiré que aunque fracase, la esperanza sigue llenando cada rincón de mi vida.
“Misericordia, Dios mío por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito, limpia mi pecado.
  Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo Espíritu” (Salmo 51)


FICHA PARA EL TRABAJO PERSONAL.
1.      Piensa en lo que más te llamó la atención del documento. ¿Por qué?
2.       ¿Qué creía yo acerca del pecado?
3.       ¿Qué pienso ahora sobre el pecado?
4.       ¿En qué aspectos concretos de mi vida, siento que soy mediocre? ¿Por qué?
5.       ¿De qué forma, poseyendo qué cosas o personas (u otras realidades), he intentado ocultar mi sed de ser más?
6.       ¿A qué calidad de vida y de amor me llama el Señor en la familia, en el noviazgo, en la amistad y el compañerismo, en el estudio, en la vida de fe, en el tener en cuenta a los pobres? En concreto: ¿Cómo he respondido yo al llamado del Señor en cada uno de esos puntos?
7.       Teniendo en cuenta todo lo anterior y manteniendo presenta la invitación de Jesús al AMOR como única norma de vida, ¿cuáles son mis fracasos?, ¿Cuál es mi pecado?
8.       Conclusiones personales.




AYUDAS PARA ORAR

Quedarme en silencio delante del Señor.
Sentir su amor.
Me acepta tal y como soy, pero me pide nacer de nuevo.
Me perdona, pero ante todo, quiere que yo le permita crearme de nuevo.
Presentarle mis reflexiones. Confesarle con sencillez mis pecados.
Prepararme para vivir el Sacramento del Perdón.
Sentir al Señor acogiendo lo que soy. Amarlo ahí.



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