7. Dolor... sufrimiento... ¿tienen sentido?
Reflexión.
1- Recuerda una
experiencia fuerte de dolor que te haya tocado vivir: ¿cómo viviste el momento
más agudo? ¿qué sentimientos experimentabas? ¿qué pensabas? ¿cómo reaccionabas?
2- ¿Qué sentido puede
tener el dolor? ¿qué aporta a nuestra vida?
3- ¿Qué aspectos nos
parecen poco sanos, o que dificultan la superación del dolor por la muerte de
un ser querido?
4- Copia las frases
que más resonancia tienen en ti del documento y pregúntate por qué te llegan
más.
El dolor.
En cada etapa de nuestra vida hemos vivido crisis,
momentos de desconcierto por tener que asumir nuevas realidades vitales, que
nos obligan a proyectarnos al futuro con una nueva definición de nosotros
mismos y de nuestro entorno. Estas crisis
evolutivas, generan confusión, dudas temores. Es parte del proceso
natural para madurar.
Pero también hay
otro tipo de crisis: los cambios imprevistos, las experiencias inesperadas que
interrumpen lo inesperado de la vida.
Nunca imaginamos
que podemos fracasar en lo profesional, perder un hijo, quedar sin trabajo,
etc. Los hijos nunca esperaban que uno de sus padres o hermanos tuvieran que
salir del país a trabajar para enviar dinero... Estas son crisis traumáticas.
Las crisis traumáticas son especialmente perturbadoras
porque todos tendemos una tendencia natural a anticipar lo que será nuestro
futuro y las crisis traumáticas rompen nuestros proyectos.
Sobreviene
entonces un sentimiento de paralización, de congelamiento en el presente, de
vacío de futuro y de pérdida de identidad y de sentido.
Las crisis
traumáticas nos dejan sin estrategias de acción, sin recursos para enfrentar la
vida. Las que teníamos antes de la crisis ya no nos sirven, pues la vida cambió
repentinamente. Es preciso rehacer la identidad y rearmar el futuro para volver
a sentir que contamos con alternativas ciertas de acción.
La experiencia del
dolor, a diferencia de lo que equivocadamente se cree en los medios de
comunicación masiva, es una forma cierta de encontrar la felicidad y darle
sentido, porque a través de él aprendemos el valor de la vida desde una
perspectiva que no se puede aprender de otro modo.
El dolor nos
conecta con el misterio de la vida. Es un misterio no porque esté
intencionalmente oculto a la comprensión humana, por algo o alguien. Es un
misterio porque solo se conoce pasando por la experiencia del dolor.
El sufrimiento
obliga a preguntarse por el sentido de la existencia, porque tenemos la
imperiosa necesidad de saber por qué sufrimos, de dónde viene el dolor humano.
Es muy importante atribuir sentido al dolor, porque en el sentido está la
clave.
Sin embargo, no es
fácil encontrarle sentido al dolor. En la historia de la humanidad, este ha
sido uno de los desafíos existenciales más relevantes. En tiempos lejanos los
hombres pensaron que sufrían porque eran una especie de juguete en manos de
dioses arbitrarios y caprichosos. Ofrecían sacrificios para comprar su favor y
evitar el dolor.
La experiencia
religiosa de algunos pueblos antiguos, de Israel entre otros, introdujo un
matiz importante: el dolor era consecuencia de nuestros actos, juzgados por un Dios
justo. Entonces el dolor era el justo castigo al mal comportamiento de los
hombres.
Jesús trajo una
novedad aún mayor. Se colocó justo en el extremo opuesto de los dioses
arbitrarios. En lugar de exigir sacrificios humanos para felicidad de los
dioses, nos mostró el rostro de un Dios que se ofrece a sí mismo como
sacrificio para felicidad de los hombres.
El Dios de Jesús,
que es misericordia, no toma venganza por nuestras faltas, nos indulta y nos
perdona. Jesús nos vino a decir que el dolor no viene de Dios.
En el recorrido
que hemos hecho como humanidad para encontrarle sentido al dolor, hemos culpado
a dioses arbitrarios, o hemos creído que es producto de la justicia de dios,
pero, si Dios es misericordioso, ¿qué sentido tiene el dolor?
El dolor tiene una
función curativa. Somáticamente, produce una caída de la energía y del
entusiasmo por la acción, hace más lento el metabolismo. Esta pasividad
favorece la introspección, crea la oportunidad de llorar y de comprender las
consecuencias que tendrá en la vida de cada uno el motivo del dolor. Esta
pasividad facilita, mientras se recupera la energía, planificar un nuevo
comienzo. Ese nuevo comienzo siempre se hace con una nueva fortaleza. Pero,
necesitamos comprender que el dolor es inherente a la experiencia humana, que
no es arbitrariedad ni venganza.
Frente a dioses
arbitrarios el dolor carece de sentido y convierte a los hombres en víctimas.
Frente a un Dios justo el dolor tiene la función de castigar y hace a los
hombres obedientes. Frente a un Dios misericordioso, asumir el dolor es una
necesidad, pero hace hombres libres.
Este proceso que
ha vivido la humanidad a lo largo de su evolución, parece ser el mismo que vive
cada uno de nosotros frente a las experiencias dolorosas.
Para descubrir la
pascua que esconde el dolor, cada vez que sufrimos, necesitamos volver a
recorrer el camino que comienza sintiendo que el dolor es arbitrario, después
nos asalta la sospecha de que puede ser un castigo por nuestras faltas, hasta
que, finalmente, nos encontramos con el consolador rostro de Dios
misericordioso.
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